En cada cuadra de Roma hay sorpresas, ruinas que no vimos en las guías, callejones adoquinados encantadores, fuentes a las que precede el sonido del agua…
Por eso, a Roma hay que recorrerla caminando.
Pero el tránsito es terrible! Los vehículos van a alta velocidad por avenidas anchas o por calles angostas, en las bocacalles se cruzan intercalándose vertiginosamente, estacionan en lugares insólitos (a veces no podemos imaginarnos cómo llegaron ahí). Muchísimos scooters zigzaguean entre los autos para «largar en primera fila» en cuanto el semáforo lo permita.
De modo que, muchas veces llegamos a la esquina y no tenemos muy claro como cruzar pero, increíblemente, todo ese tránsito caótico se detiene, sin titubeos, cuando pisamos la senda peatonal. Ah! pero cuidado, si bajamos de la acera donde no hay esas rayas blancas, entonces nos encontraremos con la furia (muy justificada) de los romanos.
Hay lugares donde, o porque las aceras son casi inexistentes o porque la cantidad de turistas excede la capacidad de las sendas peatonales, el tránsito queda a merced de la ola de gente. Solemos caminar abrumados con las vistas que la ciudad nos ofrece.
Pero, para quienes nos enamoramos de Roma, el caos vehicular es un condimento más del encanto de la Ciudad Eterna.
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Viajando de a tres 