De cómo me enamoré de París y otras consideraciones….

[…] Debo decir que me costó un poco querer a París… cuando la conocí no me pareció tan atractiva, tal vez porque había escuchado hablar demasiadas veces de su antipatía o porque iba esperando su instantáneo y omnipresente romanticismo, que no noté en el primer encuentro. 

Tal vez por su edad, era como esas suegras difíciles a las que se aprende a querer de a poco, poniendo ganas… 🙂 Pero ahora la quiero, para toda la vida.  Otra cosa que debo es reconocer que París también nos esperó con todas sus ganas. Radiante bajo el sol de julio… y de la antipatía, ni rastros. 

Me pareció que la serpenteante marca del Sena que la recorre de lado a lado podría haberla dividido, pero no, increíblemente la une y la nutre. Hizo que pensara un rato sobre como se puede crecer en dos mitades y ser la misma cosa… […]

Es que los puentes que cruzan el río no son sólo una conexión, sino que cada uno tiene su personalidad. Y entonces en cada uno hay que pararse en el centro y mirar hacia un lado y hacia el otro….

[…] Tantas épocas vivió París, que podría haber pasado años escuchándola… Me habla de cosas antiguas, algunas un tanto oscuras… Con su estilo gótico camina a mi lado en Sainte Chapelle, y la luz se tiñe de azul entre sus laterales de vitraux. Luego conocemos a las gárgolas de Notre Dame, esas que la noche en que Juana de Arco murió en la hoguera, cobraron vida para vengar su muerte inocente. Cierro los ojos y veo el cielo surcado por estas criaturas deformes.[…]

Pero el tiempo avanza rápido, rápido. Me muestra la corte francesa, palacios y otras magníficas construcciones… intuímos fiestas, excesos, lujos… pero también batallas. Varios de estos palacios se convierten en museos. Entonces París me marea con el arte… todo lo que el hombre ha tenido para decir, está colgado en sus muros. Entramos al Louvre pero no por la pirámide de Cristal, tan controvertida (París no se decide si le gusta o no) sino por una de las entradas que están a los lados del Arco del Carrousel. Recorriendo los larguísimos corredores pasa ante nuestros ojos la historia del mundo. Increíblemente, lo que más me impresiona es lo que no está indicado, el código de Hammurabi. Caminamos de sala en sala, para ver a la Mona Lisa, pero en el camino… miles de obras, miles de historias.

[…] Así conocí el museo D’Orsay, el Museo Rodin, L’Orangerie, y algunos otros. Pero no fue hasta que llegamos al Centre Pompidou, que París me mostró su encantadora sonrisa traviesa. Seguramente se divertía al ver mi cara ante algunas instalaciones inconprensibles o cuando, al cabo de mirar largo rato un conjunto de percheros, sillas y piezas de ajedrez, lo entendía …. o tal vez cuando volvía caminando hacia atrás porque veía de reojo el significado de una sombra cuando ya estaba saliendo de la sala.

Pero esta dama misteriosa esperó hasta el anochecer para mostrarme su conocido encanto. Fuimos a la Torre Eiffel cuando caía la tarde y sentía que iba empequeñeciendo a medida que me acercaba. Me parecía escuchar al hierro crujir en esa estructura que se me mostraba a la vez fuerte y liviana. Pero lo mejor fue cuando se hizo la noche cerrada, entonces miles de luces intermitentes la adornaban y se reflejaban en mi cara. Luego del primer evento subí, lo más alto posible y la ví allá abajo, desplegada, con millones de luces, como si reflejara las estrellas del cielo. Me enamoré de París.[…]


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